República Dominicana me impactó muchísimo por los colores, la música, la vitalidad de la gente… Son todos súper serviciales y amables. Es interesante ver como todo el mundo se busca la vida con lo poquito que tiene.
El ritmo de este lugar es frenético y como yo llevo en la sangre la acción, la velocidad, el riesgo… ¡Fue la combinación perfecta!
Si venís a República Dominicana no se os puede olvidar la paciencia, porque aquí la gente lleva un ritmo distinto… Es imprescindible que antes de montar en el avión, des unas cuantas clases de bachata porque aquí se baila en cada esquina y hay un nivel increíble.
Sin duda, lo mejor del país son las playas kilométricas con el agua cristalina y las palmeras inmensas (que no son tan fáciles de trepar). Isla Saona se llevó un pedacito de mí corazón. Allí estuvimos nadando con estrellas de mar y ¡me sentí como una auténtica sirena!
También pasamos por Santo Domingo para ver un partido de béisbol, es el deporte nacional de República Dominicana y la gente lo vive muchísimo. Me vine tan arriba que me subí con las animadoras a hacer la coreografía del equipo, y encima, ganamos. ¡Vamos Leones!
El Flyboard fue una experiencia alucinante, aunque al principio Marta quería matarme, nos lo pasamos como enanas. En los buggys, también se llevó un buen susto porque casi volcamos (creo que se asustó hasta el guía).
Después de bailar un poquito, hacer deportes acuáticos y conducir buggys, tenéis que sacar tiempo para probar la mejor gastronomía local. En Playa Abanico, probamos el chillo, un pescado típico de aquí y estaba delicioso.
A República Dominicana la llevaré siempre conmigo, me ha sorprendido mucho la cercanía de la gente, lo verde qué es todo, el ambiente de la ciudad. ¡Todo!
Corina Randazzo