Hacia la costa búlgara del mar Negro ¡y más allá!

Para muchos, el Mar Negro es un gran lago, núcleo de multitud de culturas a lo largo de la historia. Se dice que por sus aguas navegaron los argonautas de Jasón camino de la Cólquida para alcanzar el vellocino de oro. También que pasaron diversas rutas comerciales del mundo antiguo, uniendo la zona de los Balcanes con Mesopotamia. En la actualidad baña las fronteras de Georgia, Ucrania, Rusia, Rumanía, Turquía y Bulgaria.

De hecho, la costa búlgara del mar Negro es una de las más atractivas para planificar unas buenas vacaciones que combinen playa con visitas culturales a ciudades antiguas, como Nessebar, Varna, Pomorie y Sozopol. O con paseos por grandes bosques cercanos a los Balcanes. O con descubrimientos gastronómicos combinados con costumbres locales como la de los Nestinari, que realizan bailes rituales sobre brasas ardientes con los pies descalzos.

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Un baño en sus playas

El mar Negro tiene unos 400 kilómetros de costa en Bulgaria, un camino en el que podemos encontrar ciudades balnearias para relajarnos y grandes complejos hoteleros cercanos a la playa para disfrutar en familia. Desde Durankulak, el punto más al norte junto a la frontera con Rumanía, hasta Rezovo en el sur, pegando con Turquía, encontramos playas de arena blanca y paisajes rocosos con acantilados de hasta 70 metros.

En esta zona podemos visitar el Parque Natural de Strandzha, un área protegida ideal para los amantes de los paseos entre vegetación que tiene como protagonista una montaña con el mismo nombre. A lo largo de sus caminos quedan evidencias históricas de muchas de las culturas que por allí pasaron: tumbas, megalitos y fortalezas derruidas. Y también es fácil ver una gran diversidad animal y vegetal: aves, reptiles, mariposas y más de 1.700 plantas, algunas de ellas especies raras endémicas.

Un paseo con su historia 

Entre las localidades más antiguas de esta región está Sozopol, fundada en el siglo VII aC., que es conocida por su casco antiguo de casas de madera y calles empedradas. Se trata de una pequeña ciudad costera que merece la pena visitar. Igual que Nessebar, con más de 3.200 años de historia y reconocida como Patrimonio Mundial de la UNESCO.

En su casco antiguo podemos encontrar una antigua muralla y más de una veintena de iglesias de diferentes estilos, predominando las de corte bizantino y ortodoxo. Algunas de ellas han sido convertidas en museos, como las de Santo Spas y San Esteban. Y si lo que queremos es llegar a la parte más moderna de la ciudad o a las zonas de ‘salseo’ playero, tendremos que cruzar un estrecho de gran encanto en el que es obligada una parada con foto.

Y no podemos dejar de lado Varna, una ciudad balneario monumental con unas enormes termas romanas y un museo arqueológico envidiable, que guarda en su interior el oro procesado más antiguo del mundo, de más de 6.000 años.

¿Y para comer? 

Influenciada por la gastronomía árabe y la balcánica, la cocina búlgara en esta zona del país nos ofrece mucho pescado, pero también carne, sopas variadas y ensaladas, con sabores especiados. Junto a la Meshana Skara, un plato de carne y verdura variada, y la sopa Tarator, de yogur y pepino, aparecen jureles, pescadillas, salmonetes, truchas, siluros y percas, un importante plantel de pescados que se suelen asar y rellenar.

Aunque no es raro encontrar pescado en sopa, como la popular Ribena chorba, que también incluye diversas verduras, como cebollas, zanahorias, patatas y tomates. Y si en la zona de playa que visitemos vemos en la carta los tsatsa, pueden ser una buena tapa para compartir. Se trata de espadines, un pequeño pez de la familia del arenque que se presenta rebozado con sal y ajo en polvo. Acompañados de una guarnición de patatas y trozos de limón, se comen por completo y pueden considerarse los ‘pescaítos’ fritos de Bulgaria.