Los 5 lugares más impresionantes del mundo; por Sebas Álvaro: Islandia
¿Quieres conocer Islandia (visita la página oficial); de la mano del aventurero Sebas Álvaro? Es el último lugar de la seria ‘Los 5 lugares más impresionantes del mundo’ que cada martes te hemos contado en el blog de Xperience Palma.
Sebastián Álvaro nos desvelará uno de los lugares más impresionantes del mundo. ¿Qué le impulsó a visitar ese insólito lugar y qué anécdotas sucedieron durante su estancia? No te pierdas ni una sola palabra; tal vez el K2 o cañón del Yarlung Tsangpó sean tus próximos destinos; quién sabe…
5.Islandia; la unión del Fuego y el Hielo
El recuerdo de Julio Verne me persigue desde la infancia. Aquellas novelas de aventura; junto a los tebeos del Capitán Trueno que esperaba los domingos como un tesoro; no sólo me hicieron un apasionado de las lecturas sino que me hicieron soñar con viajar; muchos años después; a lugares salvajes; remotos; desolados y hostiles; que; de otra forma; nunca hubiera conocido. Es probable que toda mi vida haya estado persiguiendo las huellas de algunos personajes ficticios nacidos de la mente de dos hombres que; como Julio Verne o Victor Mora; en realidad; viajaron con la curiosidad y la imaginación; las dos cualidades más poderosas de la inteligencia. El mundo imaginario; la filosofía aventurera; que subyace en los relatos de Verne es lo que los ha convertido en algo excepcional; resistentes al paso del tiempo. Siempre supe que si llevas una vida vulgar sólo podrás contar historias vulgares. Para narrar historias extraordinarias hay que llevar una vida de aventuras y por eso la obra de Julio Verne siempre ha sido una fuente de inspiración. En algunos programas -como el que rodamos en la isla de Strómboli– conseguimos seguir las huellas de sus personajes casi de forma literal; pues volamos en parapente dentro del cráter activo del volcán. Pero antes mis compañeros de “Al Filo” ya habían buceado a profundidades que sólo habría soñado el capitán Nemo. Y tres años más tarde; dentro de la barquilla de un globo; lograría sobrevolar los Andes en un vuelo tan extraordinario cómo nunca hubieran podido imaginar Verne ni Victor Mora; el creador del capitán Trueno. Así que a ambos creadores les debo buena parte de mi fantasía desbordante.
Sin embargo nos faltaba la única aventura terrestre de Verne que no se ha transformado en profecía: el “Viaje al centro de la Tierra”. Las palabras que Arne Saknussemm dejó grabadas a la entrada del cráter del Sneffels fueron para mí; como para el profesor Otto Liddenbrock; el reclamo más emocionante y misterioso de la historia del conocimiento: “Desciende al cráter del Yocul de Sneffels que la sombra del Scartaris viene a acariciar antes de las calendas de Julio; viajero audaz; y encontrarás el centro de la Tierra”. No hizo falta más para ponernos en marcha.
Islandia era el lugar hasta donde el profesor Liddenbrock se desplazó en busca de las huellas de Arne Saknussemm; aquel mítico viajero islandés. Aunque nosotros ascendimos el famoso volcán Sneffels; nuestros objetivos eran los volcanes activos que se encuentran bajo el glaciar Vatnajokull; el más extenso de Europa; horadando en su hielo algunas de las cuevas más bellas y peligrosas que jamás he visto. Queríamos filmarlas. Pero antes debíamos que traspasar aquel inmenso pórtico de hielo labrado; casi como una catedral gótica congelada; para luego seguir la galería excavada en sus entrañas por un río de agua caliente. La lava y el hielo; el fuego y el frío; han configurado la peculiar geografía islandesa: un paisaje extraordinario formado por volcanes y glaciares; montañas heladas y geiseres; que parece levantado; a partes iguales; por obra y gracia de los terribles dioses nórdicos y la imaginación del gran visionario francés. La lucha entre el hielo y las aguas termales parecen simbolizar la pugna de fuerzas irreconciliables de la corteza terrestre; que están desgarrando una isla que se encuentra en la dorsal atlántica y la va separando en direcciones opuestas. Sin duda fueron esas imparables fuerzas de la Naturaleza las que inspiraron las sagas islandesas que cuentan: “esa región la defiende Surtr que blande una espada de fuego. En esa espada brilla el sol de los dioses de la guerra. Las rocas se rompen. Los demonios se retuercen. Los héroes pisan el camino del infierno. El cielo se rompe. Cuando sea el fin del mundo saldrá y destruirá la Tierra cuando llegue el crepúsculo de los dioses”.
Islandia es una tierra joven; dura y primitiva; producto de un planeta dinámico; en constante transformación; donde pueden observarse los mayores actos de creación y destrucción; una tierra desolada de glaciares y volcanes; los fenómenos naturales que mayores sentimientos encontrados y vulnerabilidad provocan en los seres humanos. Verdaderamente; parece el escenario adecuado para hallar el centro de la Tierra. Es un paisaje insólito; desértico y abrasado; donde se encuentran; cráteres inactivos; cataratas colosales; charcas de lodo; glaciares; chorros de vapor y montañas hirvientes. Un mundo de fuego y hielo en permanente confrontación.
En la lengua glaciar Kverfjöl; cerca de un volcán inactivo; nos instalamos en un refugio de madera levantado sobre lavas solidificadas. Desde allí salíamos todos los días hacia la red de galerías; excavadas en el seno del glaciar; cargados con focos; trípodes; baterías y cámaras. No podía suponerlo entonces pero; pasado el tiempo; hoy puedo escribir que aquel ha sido uno de los rodajes más esforzados y comprometidos que hemos efectuado. Quizás entonces no fuimos conscientes de ello. Para ganar el interior de la cueva de hielo primero nos arrastramos por un río de aguas tan calientes que; incluso con botas especiales; los pies nos ardían. Pero siguiendo su curso accedimos bruscamente a un universo desconocido: una bóveda de hielo de dimensiones colosales donde la luz de nuestras linternas restallaba en destellos plateados. Pero el calor que desprendían las aguas termales hacía que toda aquella delicada arquitectura de cristal estuviese siempre en precario equilibrio. En cualquier momento; aquel inmenso techo de hielo podía sepultarnos bajo toneladas de hielo. Por todos los lados veíamos grandes bloques de hielo que nos recordaban la batalla que estaban librando continuamente el fuego y el hielo. Sólo entonces comprendimos nuestra vulnerabilidad y el grave riesgo que asumíamos estando muchas horas dentro de ellas. Pero ya no había marcha atrás. Y no era un decorado de película; era un mundo real y fascinante; un lugar donde todo estaba tal y como quedó tras la última erupción: oscuro; caótico e irrespirable.
En otras galerías superiores ya habíamos descubierto una cavidad de casi tres kilómetros de desarrollo que acababa abrúptamente en un derrumbe provocado por un colapso del río termal o bien por el movimiento del glaciar. Pero nos intrigaba el origen de aquel río y decidimos continuar explorando. Pero no era fácil y; además; era muy peligroso. Los gases termales que brotaban del interior de la Tierra nos obligaron a utilizar equipos especiales y un circuito cerrado de oxígeno químico. La filmación se transformó en una exploración al límite del mundo conocido; como la emprendida por el profesor Liddenbrock y sus amigos; un viaje hacia las entrañas de la Tierra a través del Vatnajokull. Puede que no encontráramos dinosaurios vivos ni cielos de basalto; pero logramos alcanzar el final de nuestro río. Allí vimos cascadas petrificadas y; en el punto más remoto; el mismo origen de la cueva; un lugar donde la roca se funde con el hielo y el agua hirviendo brota a borbotones: habíamos alcanzado nuestro objetivo y el origen de toda aquella fascinante arquitectura.
Lo habíamos logrado pero debíamos completar la filmación. Ya sabíamos; gracias a la lectura de Verne; que la suerte suele acompañar a los viajeros audaces. Pero no podía intuir lo decisiva que sería en nuestra aventura. Uno de los últimos días de filmación nos retrasamos porque las baterías habían tardado más en recargarse. Cuando estábamos llegando a la entrada oímos un ruido. Salimos corriendo; instalamos la cámara en el trípode; y entonces ocurrió. Unos escalofriantes chasquidos secos; como latigazos; precedieron a un ensordecedor estruendo de bloques de hielo y aquella enorme cúpula derrumbándose. Asistimos; con un silencio sepulcral; a lo que hubiera debido ser nuestra catástrofe. Nadie podía apartar la mirada de aquel lugar -nuestro lugar- ni articular palabra. Un caos formidable; que apenas duró unos minutos; al que siguió un lapso de calma inquietante; sólo rota por la caída de algunos pedazos de hielo rezagados chocando sobre aquel montón de cascotes helados; debajo de los cuales; si hubiésemos llegado a tiempo; deberíamos hallarnos nosotros. Comprendimos; con un escalofrío de inquietante claridad; que estábamos vivos de milagro; merced a esas extrañas casualidades de la vida; que llamamos azar; y que veces juegan a nuestro favor. Con que hubiéramos llegado sólo dos o tres minutos antes ninguno de nosotros habría salido vivo de Islandia.
El recuerdo de aquella isla forjada en hielo y fuego me ha acompañado siempre. A veces pienso en volver; pero quizás el subconsciente me recuerda que no siempre la suerte nos acompaña. En cualquier caso siempre caminarán a mi lado el profesor Otto Liddenbrock; el legendario Arne Saknussenn y aquellos paisajes que arrebatan la imaginación. Porque; como escribió Julio Verne; “la verdadera superioridad del hombre no estriba en vencer o en dominar a la naturaleza; sino en comprenderla; en alojar el inmenso universo en el microcosmos de su cerebro”.
Si te perdiste el los cuatro post sobre ‘Los 5 lugares más impresionantes del mundo’; puedes leerlos aquí.
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