Nueva York, ¡ Luces, cámara y acción!

Publicado el 29 de noviembre de 2016

Desde el primer momento que pisamos suelo neoyorquino, el sentimiento de formar parte de una película crecía en cada uno de nosotros. ¿A quién no le han advertido cuando ha preguntado por un viaje a la capital del mundo?

Reconocer la esquina de una calle que viste en la última película, un bar que sale en tu serie favorita y hasta toda una panorámica de postal, solo ocurre en Nueva York. Una ciudad tan independiente como familiar.

Apenas llegamos al hotel, soltamos las maletas y nos lanzamos a conocer este paraíso de luces, color, gente y dinamismo.

Corina y Marta tenían muy claro que no querían esperar para ver las colecciones de moda. Eso sí, Times Square era una parada obligatoria. Después de dar veinte vueltas, ver los espectáculos callejeros y hacerse fotos desde todas las perspectivas posibles, caminaron por Broadway comiéndose con los ojos los escaparates de unos maniquíes que lucían el último grito en tendencias. He de decir que el simple hecho de pasear hace que se inquiete la tarjeta de crédito en el bolsillo y que el pensamiento de «tengo que comprar una maleta para llevar las cosas a la vuelta» te anticipe la catástrofe.

Las chicas, que se llevaron una cámara del equipo, enloquecieron grabando los burros de ropa, el ambiente de las tiendas con los últimos hits musicales y los modelitos de la gente que se acercaba a comprar. Lo que os decía, toda una película.

Pero, como no podía ser de otra forma, el hecho de que fuera una tarde tranquila no entraba en sus planes. Corina removió cielo y tierra para conseguir un buen abrigo, lo que se traduce en recorrer ocho plantas de centro comercial además de las (innumerables) tiendas a pie de calle, y Marta no paró hasta hacerse con unas deportivas.

No contenta con marear al (pobre) dependiente que, literalmente, huía de ella cuando se acercaba a preguntarle por otro modelo o talla, terminó llevándose un número más pequeño sin darse cuenta. No se percató hasta el siguiente comercio en el que encontraron toda una planta en rebajas, así que decidió que iba a plantearse algunos cambios en sus compras. Vuelta a gastar y vuelta al otro lugar para descambiar. Haceros una idea de la cara del chico cuando la volvió a ver entrando por la puerta…

Aunque el verdadero protagonista de todo esto, es Germán, el novio de Marta. A Corina no le funcionaba la Visa así que las dos tiraron de la tarjeta que nuestra blogger comparte con él. Imaginaos la cara del chaval cuando viera los cargos. Brrr brr, primer mensaje de texto: 200€ en unos jerséis. Brr brr, segundo mensaje de texto: 300€ en unas deportivas. Brr brr, tercer mensaje de texto: 100€ en un abrigo. Y así toda una tarde. Creo que hasta llegamos a oír los gritos al otro lado del charco.

Satisfechas y hasta arriba de bolsas tocaba la vuelta a casa. La idea de coger un taxi o el metro desapareció en el momento que vieron un tuc tuc con música sorteando los coches. ¡Cómo no iban a cogerlo! (¡Cómo iban a volver como la gente normal regresa a su casa o al hotel!).

No sé con qué parte se quedarían del trayecto: el traqueteo del cochecito, el hecho de tener que agarrar las bolsas hasta con los dientes para no perderlas por el camino, el continuo esquivar con los coches… Eso sí, el viento en la cara y la sensación de libertad recorriendo de noche las calles de Nueva York, es algo que todos deberíamos probar al menos una vez en la vida.

Cada aventura se multiplica por diez porque no hay mejor escenario que este para vivir una gran historia. Y, como el título que da nombre a uno de los libros de José Manuel Caballero Bonald, «somos el tiempo que nos queda» y en esta ciudad no hay segundos que perder.

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