
¿Qué es para ti viajar?
Viajar es horizonte, perspectiva y conocimiento. Esa sensación de meter en la maleta la ilusión e incertidumbre que te ofrecen un lienzo en blanco. Salir de tu zona de confort y descubrir quién eres a cada paso, en cada atardecer y en cada persona que se cruza en tu camino.
Y cuando sales ahí afuera te das cuenta de lo grande que es el mundo y lo pequeños que son tus problemas. Que tus ideas no son tan importantes. Ni nada en realidad. Todo lo que necesitas para sonreír cabe en una mochila.
Viajar te da la oportunidad de descubrir nuevos paisajes, otras costumbres y formas de pensar. Una ocasión de explorar, de reír, de crecer, de equivocarte y aprender. El viaje te ofrece movimiento. Y es ahí, en el movimiento, donde pasa la vida.
Viajar es una inversión asegurada; siempre vuelves a casa con el corazón lleno de experiencias que te enriquecen y te llenan de sentido. Porque, como decía Kerouac, ‘al final no recordarás el tiempo que pasaste en la oficina o cortando el césped. Escala esa maldita montaña’.
¿Cuándo descubriste que tenías el Gen B?
Desde que puedo recordar, me ha gustado explorar y conocer sitios nuevos, así que supongo que ya nací con el Gen B. No me hacía falta un avión ni parajes exóticos, mi bici morada con aquella cesta para llevar tesoros me servía para luchar con dragones en el parque de mi barrio. Bendita imaginación.
He tenido la suerte de nacer en una familia multicultural que me ha enseñado desde pequeña que el horizonte de tu vida lo marcas tú. Recuerdo a mi padre decirme desde muy pequeña; ‘el mundo es inmenso y está ahí para ti’.
Entendí a lo que se refería cuando viajé por primera vez a Marruecos. Cogimos un coche en Casablanca y bajamos haciendo ruta por la costa hasta llegar a Mirleft. Essaouira, Agadir, Tiznit…Más de 600km con paisajes increíbles que sólo me había atrevido a soñar. Los olores, el color del cielo, los niños en la calle haciendo música con cuatro cubos y una botella de cristal…todo era nuevo y maravilloso. Recuerdo a Houcine, el chico de la tienda de enfrente que me regalaba un pastel cada tarde, y a Vicky, la perrita que jugaba conmigo en la playa mientras su dueño hacía surf.
Fue un viaje inolvidable, y sin duda, abrió la puerta a todos los que vendrían después. Desde entonces, cada vez que tengo dinero y algo de tiempo, lo empleo en viajar. Una adicción de la que no quiero curarme.
