La imagen del desierto del Gobi nace de una línea recta trazada a lápiz sobre el papel que marca el horizonte. En la parte superior un degradado de azul cian con toques de ‘ultramar’ da vida al ‘eterno cielo azul’, percibido como algo sagrado en la tierra de Gengis Kan. Bajo el horizonte la paradoja hace que el pincel se deslice húmedo cargado con tonos tierra para representar el árido paisaje de la infinita estepa de Mongolia.
A los sienas y ocres le acompañan matices rojizos al atardecer, además del verde oliva que sirve de pasto para los rebaños de las familias nómadas. Las yurtas, como se conoce a las viviendas tradicionales de las familias nómadas, ponen el punto blanco del paisaje, rompiendo con la barrera cromática que separa el cielo y la tierra.
Una de las ramificaciones de la famosa ruta ferroviaria del Transiberiano nos dejó tras varios días de viaje en Ulán Bator, a las puertas de uno de los desiertos más impresionantes del mundo. Esta ciudad se presenta al turista como la única gran urbe del país, donde reside más de la mitad de la población. Un lugar caótico que parece manejable en el entorno de su plaza central, Sukhbaatar, pero se vuelve hostil en la periferia, refugio para familias enteras que buscan alternativas a un estilo de vida nómada que parece incompatible con el mundo actual.
Por lo general, Ulán Bator solo sirve como base de operaciones para lanzarse a conocer los increíbles paisajes naturales de Mongolia. Desde allí mismo contratamos el tour que nos llevaría a descubrir el inmenso desierto del Gobi, cómplice de las hazañas de ilustres viajeros como Marco Polo y autopista de la mítica Ruta de la Seda. Una aventura que merecía un relato a acuarela en nuestro diario de viaje.
LAS PARADAS DE LA RUTA
En una vieja furgoneta rusa, con ‘Ogi’ de conductor, ‘Digi’ de guía y la compañía de otros dos viajeros de Reino Unido y Corea, pasaríamos muchas horas cubriendo las amplias distancias que separan los principales reclamos naturales de esta área del país. Abriendo camino en medio de la estepa, lejos de las carreteras asfaltadas. Ahí es donde suelen empezar las grandes aventuras.
La primera parada fue en las Flaming Cliffs, en Bayanzag, un Gran Cañón del Colorado en miniatura que parece arder cuando se pone el sol. Paseamos por sus crestas al atardecer y volvimos al campamento por la noche para disfrutar de uno de los cielos estrellados más impresionantes que hemos visto en nuestra vida. Esta zona es conocida también como el ‘cementerio de dinosaurios’, ya que hace apenas cien años se realizaron importantes hallazgos fósiles (incluido el primer descubrimiento de huevos de dinosaurio).
El viaje continuó por Khongoryn, con las dunas de arena más espectaculares de Mongolia. Este tipo de formaciones, que el imaginario del cine siempre nos ha presentado como sinónimo del desierto, representan solo un 2 por ciento del total del Gobi. Aquí los caballos dejan paso a los camellos y el sol lo abrasa todo, convirtiendo un refresco frío en el tesoro más preciado entre los turistas.
Otra de las paradas clásicas en esta ruta es el valle de Yolyn Am, en el Parque Nacional de Gurvan Saikhan. En esta zona montañosa del sureste del país las temperaturas bajan drásticamente y disfrutamos de un agradable paseo entre enormes montañas, siguiendo el curso del riachuelo que en invierno está completamente congelado. Esta diversidad hace de Mongolia un paraíso para los amantes de la naturaleza.
Nuestra ruta acabó en Tsagaan Suvarga, una enorme estepa que se extiende hasta donde alcanza la vista, llena de pequeñas colinas de tonos rojizos. Entre baches, chistes malos de Ogi, alguna parada para que el motor de la vieja furgoneta rusa se enfriara y la banda sonora del niño prodigio Batenerel… completamos el tour que nos sirvió como bautismo en el legendario desierto del Gobi.
MONGOLIA Y SU GENTE
Mongolia es el país menos densamente poblado del mundo, con una estadística demoledora que indica que hay solo dos personas por kilómetro cuadrado (frente a las ocho de Rusia y 32 de Estados Unidos). Sobra tanto terreno que la constitución de Mongolia recoge que a cada ciudadano le corresponden 0,8 hectáreas -que pueden solicitar de manera gratuita-.
En cualquier caso, lo que de verdad sorprende es que la vida nómada, sobre la que se forjó el gran Imperio Mongol, permanece presente: entre un 30 y un 40 por ciento de la población mantiene este estilo de vida. Su hogar es la yurta (también conocida como ger), que se levanta solitaria en medio de la estepa para dar cobijo a toda una familia, y su sustento es la ganadería, un bien preciado en un terreno de condiciones tan extremas.
Una de las grandes experiencias de este viaje es, precisamente, vivir por unos días como lo hace una de estas familias nómadas. Recibir una sonrisa y un gran ‘Sain vaina uu’ (hola) de bienvenida para después saborear un dulce junto al té dentro de la yurta familiar, todo ello en medio de un riguroso ritual protocolario, cargado de supersticiones, que los anfitriones irán explicando entre sorbo y sorbo.
Mongolia es el lugar perfecto para desconectar y disfrutar de la naturaleza extrema en estado puro. Si eres capaz de olvidarte del móvil durante unas semanas a cambio de llenar la mochila de nuevas historias este es tu viaje. En este enlace puedes ir empezando a buscar los mejores vuelos.