—Rinnnnn, rinnnnn.
Coges el móvil de la mesilla y pulsas el botón de detener alarma.
Llevas más de una hora despierta, revisando mentalmente la lista de cosas que has metido en la maleta.
Una y otra vez. Una y otra vez.
Sabes que tu cabeza suele jugarte malas pasadas y no quieres olvidarte de nada. A tu mente llega el recuerdo del viaje a Tailandia, hace ya un año de aquella aventura pero no olvidas la cara que se te quedó cuando, ya instalada en el hotel, buscaste el neceser y no estaba por ninguna parte.
Miras de reojo hacia el fondo de la habitación. Allí está, colocado en el compartimento izquierdo de la maleta, perfectamente cerrado.
—¡Esta vez no me vuelve a pasar, no me quedo sin mis potingues y mis cremas! — piensas para tus adentros con una sonrisa pícara mientras vuelves a repasar la lista mentalmente.
Te incorporas en la cama y te apoyas sobre los cojines y la almohada del cabecero.
Vuelves a fijar la mirada en la maleta.
—Es hora de levantarse, en una hora tengo que estar en el aeropuerto. ¡Menos mal que dejé ayer todo preparado! —murmuras en voz baja, como si alguien pudiese escucharte.
Has tardado quince minutos en vestirte, agarrarte el pelo con una coleta, coger la maleta y salir por la puerta. ¡Tiempo record!
Durante el trayecto en taxi, no has parado de soñar con playas de arena blanca, con mojitos y con los chapuzones en agua cristalina que vas a darte. Tras treinta minutos de película en la que tú eras la protagonista, el taxi para junto a la Terminal 4.
—¡Disfruta del viaje! Grita el taxista desde el asiento mientras busca tu mirada por la ventanilla.
—¡Gracias! —vociferas para hacerte oír entre el jaleo de viajeros y coches.
Las puertas de cristal se abren y cruzas lentamente el umbral que da paso al interior del aeropuerto, deslizando la maleta con la mano derecha. Ese momento siempre te provoca cosquilleos en la barriga. ¡Empieza una nueva historia!
Te acercas hasta el mostrador de facturación y, tras esperar unos minutos, entregas el billete y tu preciado tesoro de 20 kilos al personal de la aerolínea.
Pasas el control de seguridad sin problemas. Tras ponerte de nuevo las zapatillas sacas el billete para localizar la puerta de embarque. Da igual las veces que lo mires, siempre se te olvida.
—A15. Perfecto, está aquí al lado —murmuras.
Buscas dos asientos libres, uno para ti y otro para Cris. Te sientas en uno de ellos y colocas el bolso en el contiguo, ocupándolo para que nadie se siente en él.
Le quieres con locura pero te saca de los nervios que siempre llegue tarde a todas las citas, ¡incluso a los viajes!
Escuchas risas a lo lejos y alzas la mirada esperando que sea Cris pero nada. No es ella.
Seis azafatas y dos azafatos se acercan hasta la puerta de embarque. Tu puerta. Parece que son ellos los que van a acompañaros en el vuelo de 10 horas que tenéis por delante.
—Qué guapos son todos —piensas para tus adentros.
—¿Cómo lo harán para tener siempre tan buena cara con tanto viaje y tantos madrugones? —Te preguntas mientras recuerdas tu rostro y las ojeras que lo decoraban esta mañana .
—¡María, María ya estoy! —escuchas con voz jadeante detrás tuya.
—¡Siempre tarde Cris, vamos! Ya han embarcado casi todos los pasajeros menos nosotras. Bueno, nosotras y ese de ahí que parece un poco perdido… —
comentas por lo bajini mientras te incorporas y coges el bolso del asiento que habías reservado.
—¡Buenos días! Bienvenidas a bordo —exclama una de las azafatas con una sonrisa mientras coge tu billete y revisa el asiento.
—¡Buenos días! —correspondes en el mismo tono con una sonrisa de oreja a oreja
—Asientos 36 A y 36 B. Al final del avión, chicas —os indica señalando el final del pasillo.
Tras abrocharos el cinturón y escuchar las indicaciones de seguridad, el avión alza el vuelo.
Miras por la ventana extasiada. Un mar de campos de trigo y de cebada se extienden bajo vuestros pies.
Continuas contemplando el paisaje en silencio un buen rato, sin mediar palabra con Cris, absorta en tus propios pensamientos hasta que los párpados comienzan a pesarte. —El madrugón de hoy no perdona —mascullas.
Abres los ojos de golpe.
—¿Dónde estoy? —piensas.
Miras a tu derecha y por la ventanilla ovalada contemplas el mar. Agua, agua y más agua.
—¡Buenos días Mery, llevas dormida casi todo el viaje! —escuchas a tu izquierda.
—Buenos días —respondes con la voz entrecortada.
Te sueltas el cinturón mientras recolocas las piernas en el asiento. Sientes la piel sequísima. Abres y cierras la boca gesticulando como si quisieras estirarla para que vuelva a su ser.
Vuelves a mirar por la ventanilla.
—Cris, necesito ir al baño y mojarme la cara. No sé qué me pasa, tengo la piel tirantísima, como si estuviésemos en mitad del desierto.
Vas arrastrando tu cuerpo todavía dormido por el pasillo central del avión hasta el baño, sorteando pies ajenos cada cincuenta centímetros.
Giras la manilla. Ocupado.
Apoyas el cuerpo contra una de las paredes del baño mientras abres y cierras la boca, intentando desacartonar la piel. El recuerdo de los campos de trigo que has contemplado por la ventanilla vuelve a tu mente.
—Te tira, ¿verdad? —escuchas con tono dulce a tu espalda.
Giras la cabeza buscando la procedencia de esa voz hasta que tus ojos se topan con los ojos verdes de una de las azafatas que has visto en la puerta de embarque.
—Sí, sí, mucho —contestas tímidamente.
—Es normal, está pidiendo a gritos que la hidrates. Por cada doce horas de vuelo, la piel pierde cuatro litros de agua… y ya llevamos casi 10 en el aire, ¡calcula! Hazme caso, te lo digo por experiencia.
—Espera aquí un segundo, voy a traerte una cosa que te vendrá de perlas —
masculla mientras las ves alejarse por la cortina que separa la zona de pasajeros de la zona reservada a la tripulación.
Tras unos segundos eternos, vuelve a aparecer con un botecito de cristal en la mano derecha.
—Toma, te lo regalo —afirma con un gesto amable.
—¿Qué es? —preguntas.
—Es nuestro aliado para cuidar la piel durante los viajes. Lo utilizamos todos los que nos dedicamos a esta profesión y se lo recomiendo a todos los pasajeros. Se llama Minéral 89 y es un concentrado con ácido hialurónico de efecto inmediato que rellena la piel, la hidrata y la protege de agresiones externas. Tiene un 89% de agua mineralizante de Vichy con propiedades calmantes y nada más aplicártela vas a notar un frescor y una hidratación increíble.
—Toma. Toma pruébala, te la regalo —exclama alargando su mano hacia ti.
—Gra… gracias. La verdad que lo necesito urgentemente. Me arde la piel —contestas.
Presionas suavemente la parte superior orientando la cánula hacia el dorso de la mano. Una dosis de gel transparente se deposita sobre tu piel.
Recoges el producto con las yemas de la mano contraria y lo acercas a tu rostro, masajeándolo lentamente.
—Guau —balbuceas—. Esto es una maravilla, siento un frescor y una hidratación increíble.
—¡Ves! —contesta ella con una sonrisa en la cara—. ¿Es o no algo increíble?
—Mil gracias, de verdad —respondes abriendo los ojos y gesticulando de nuevo. Sientes la piel nueva, como la de un bebé.
La puerta del baño se abre y sale una señora de mediana edad con una neceser en la mano.
—¡Perdona la intromisión! No he podido evitar escucharos. La azafata tiene razón, jamás viajo sin mi Minéral 89 de Vichy en el bolso! —contesta entusiasmada, mirándote fijamente a los ojos.
—Señores pasajeros, les rogamos tomen asiento. Comenzamos el descenso al aeropuerto de Cancún, México —retumba una voz grave por los altavoces.
Giras la mirada hacia la azafata para darle de nuevo las gracias pero ya no está. Ha desaparecido por arte de magia.
—¡Prepárate México! —susurras para tus adentros —. Vengo renovada, por dentro y por fuera!