No lo puedo remediar: encuentro loable que la voluntad de embellecer una puerta, algo concebido para cumplir una función cotidiana y banal, haya dado pie a objetos tan sublimes como las del Eixample.
Algo, además, accesible como pocas cosas. Porque lanzarse a flanear puerta por puerta por la retícula que Cerdà proyectó para ensanchar Barcelona es gratuito y rentable: por cada minuto invertido, te enfrentas a una media de diez obras maestras. Y, de regalo extra, te llevas un sinfín de cenefas, voladizos, ventanales, galerías, barandas y portales igualmente deliciosos.
Así que, más que un post al uso, esto es una invitación a perderse por las 420 manzanas del Eixample de Barcelona y recrearse en sus puertas. Sin ruta remarcada, mejor que mejor: verás que aparecen por todos lados.
La culpa, de los modernistas
De convertir lo banal en bello y lo técnicamente necesario en virtuosismo, los modernistas fueron maestros absolutos. Pero no se entiende la eclosión modernista de Barcelona sin el apogeo industrial y burgués de finales del XIX, ni tampoco la construcción del Eixample. Por lo tanto, aunque por todo el barrio verás puertas dignas de ser veneradas, encontrarás las más notables en la zona más noble del ensanche primigenio, allí donde más pujanza hubo y donde más fastuosidad se pretendió concentrar. Así pues, en este flaneo portalero, el Passeig de Gràcia es el paraíso hecho eje.
Algunas de sus puertas son archifamosas: verás la férrea y esponjosa que da la bienvenida a la Pedrera, de Gaudí, por la que también entran los pocos y añejos residentes de la finca; o la de la también gaudiniana Casa Batlló, que parece un órgano ondulado. O, algo más arriba, en el cruce con la Diagonal, la de la Casa Comalat, una fantasía de madera y vidrio.
Belleza descentralizada
Pero no todo va de iconos y megaconstrucciones: las puertas bonitas del Eixample llegan, como tentáculos, hasta calles y edificios menos exuberantes. Muchas de ellas son de autoría posterior a la etapa dorada del modernismo, pero su influencia —también como un tentáculo— se extiende hasta hoy. Y eso, también, afecta a las molduras que rodean las puertas.
La Rambla de Catalunya es un gran ejemplo de todo ello: quédatela entera y saborea sus puertas sin prisas, de arriba hacia abajo o al revés. Verás que algunas son de madera, altas y robustas; otras, de metal y vidrio, visualmente más aireadas. Algunas, incluso, tienen vitrales incrustados.
En los edificios residenciales de las calles que conectan a la Rambla de Catalunya con Enric Granados encontrarás joyitas hechas puerta sin esfuerzo alguno. No son solo casas- monumento, museos, oficinas o tiendas de lujo, como sucede en el Passeig de Gràcia: hacia ese lado del Eixample, la belleza de las puertas sigue hoy dejando entrar y salir a familias e inquilinos, separando intimidades familiares del ruido de la calle, cumpliendo la función primigenia que se les encargó.
La densidad de puertas bonitas por manzana desciende a medida que te alejas hacia la periferia del Eixample, allá donde más abunda lo nuevo, que condenó al modernismo y su influencia al desprecio de lo pasado. Sin embargo, en terrenos como los de la frontera incierta entre el Eixample, Gràcia y Sant Gervasi, el esplendor de las puertas sigue a cotas estratosféricas —como en la Rambla de Prat, por ejemplo—.
Así que, de nuevo, no te limites. Sal del Eixample, vuelve a sumergirte en él, crúzalo otra vez siguiendo un patrón de calles diferente. No hay edificio sin puerta, ni flaneo sin sorpresa. Y, en Barcelona, menos.