Los templos de Angkor intimidan. Encuadrar todo su esplendor en el espacio limitado del cuaderno de viaje es un reto para cualquier artista. La mina del lapicero se desliza sobre el papel rugoso para marcar el contorno de sus inmensas estructuras, alternando los trazos rectos de las paredes con las formas sinuosas de las raíces de los árboles.
El dibujo pide a gritos un toque de color y la acuarela se abre paso. De forma anárquica se van mezclando los tonos grises y ocres de las piedras con los verdes intensos de la vegetación, que avanza sin control al ritmo de las pinceladas. Las salpicaduras ayudan a dar textura a las paredes, por donde crece el musgo, y finalmente unas líneas de tinta marcan los contornos, poniendo orden entre tanto caos.
La experiencia de dejar la cámara de fotos y el móvil de lado y pintar en estos impresionantes templos con lápiz, tinta y acuarela nos devuelve por momentos a la época de los exploradores. Imaginamos como en el S.XIX los franceses Ernest Doudard de Lagrée y Francis Garnier se desviaron de su ruta por el Mekong para llegar hasta esta región perdida con el objetivo de cartografiarla. Fantaseamos con la aventura y nos empapamos de la historia del lugar.
LOS GRABADOS DE DELAPORTE
En su expedición les acompañaba el joven artista Louis Delaporte, que se dedicó a elaborar una serie de dibujos y grabados donde se representaban con precisión los templos de Angkor Wat o Bayon, con sus mil caras de sonrisas eternas. Estas obras se expusieron en Europa y tuvieron un éxito espectacular, poniendo a Camboya en el mapa occidental y dando forma al que sería uno de los destinos turísticos por excelencia en el siguiente siglo.
150 años después, a base de capas de acuarela, redescubrimos los famosos templos de Camboya desde una perspectiva tan ‘vintage’ que hasta parece revolucionaria. Este cuaderno de viaje está cargado de historias que transcurren en los 50 minutos que se tarda en plasmar cada uno de los lugares. No solo podemos ver, sino oír y sentir, a través de cada uno de los dibujos. Una experiencia única.
Angkor es sin duda la joya del Sudeste Asiático, un lugar digno de dioses para el disfrute humano. Un sitio al que volver una y otra vez sin dejar de asombrarse. Donde perderse para encontrar lugares increíbles, ya sea a pie, dando pedaladas o sobre los asientos de chapa de un viejo ‘tuk-tuk’.
Bloques de piedra cargados con la historia del Imperio jemer que han ido encontrando con el paso del tiempo los abrazos de raíces de árboles centenarios, creando un escenario de película. Necesitamos al menos dos días (nosotros recomendamos el pase de 72 horas) para poder hacernos una idea de la magnitud del complejo, cuyos templos principales han cumplido ya mil años. El ticket para un día cuesta 37 dólares, dos días por 62 dólares y tres días por 72 dólares.
LA TEORÍA DE LAS AGUJAS DEL RELOJ
Organizar por nuestra cuenta una ruta por Angkor requiere de un poco de planificación. Uno de los ‘trucos’ para ver sus templos evitando las aglomeraciones de turistas pasa por programar las paradas al contrario de las agujas del reloj. La gente suele ver el amanecer en Angkor Wat para continuar por Angkor Thom, por lo que recomendamos hacerlo al revés y no coincidir con todos los tours organizados.
Así, el día del ‘Petit circuit’ (donde se concentra la mayoría de la gente en un recorrido de unos 30 kilómetros) empezaría en Ta Prohm, famoso por las escenas de la película de ‘Tomb Raider’. Allí la naturaleza ha tomado el control y las enormes raíces son las protagonistas. El ‘tour’ seguiría por Angkor Thom, una zona en la que destacan la Terraza de los Elefantes y el increíble templo de Bayon, con sus mil caras de buda esculpidas sobre la piedra.
El día acabaría en Angkor Wat, el símbolo de Camboya, con un exterior impactante y una sala central llena de columnas en la que las túnicas naranjas de los monjes budistas contrastan con los tonos grises y verdes de las paredes. Al atardecer, cuando la luz se filtra por el techo, la atmósfera es mágica.
En un segundo día se podría programar una visita en ‘tuk-tuk’ por los templos del ‘Grand Circuit’, de entre los que destacamos East Mebon (por el que se puede pasear prácticamente a solas por la mañana); Ta Som, un enorme puzzle a medio montar con increíbles relieves; Neak Pean, el templo en medio de un lago al que se accede por una enorme plataforma de madera junto a un bosque sumergido; y Preah Khan, otras ruinas espectaculares arrasadas por la fuerza de la naturaleza.
Podríamos seguir y no acabar nunca. Angkor está repleto de lugares de fantasía y cada uno puede descubrirlos a su manera, ya sea con la cámara al cuello o con un cuaderno y unas acuarelas, pintando a pinceladas este gigante de piedra que conmueve al mundo.
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