Filipinas tiene uno de los transportes públicos más pintorescos del mundo. Los ‘jeepneys’ recorren cada día sus calles y las llenan de color. Tratar de resumir todos sus tonos en el cuaderno de viaje es una misión casi imposible. Pinceladas de rojos, azueles y amarillos intensos se pegan a la chapa y vibran cuando el sol impacta sobre ellas. Auténticas obras de artes sobre ruedas que se han convertido en uno de los símbolos de este país.
Sin embargo, el futuro de estos viejos vehículos se torna gris. El Gobierno de Filipinas se ha propuesto acabar con los ‘jeepneys’ a causa de sus altos niveles de contaminación y sustituirlos por otros vehículos más eficientes. El país necesita energía verde para acabar con la capa de humo que cubre sus ciudades. Solo esperamos que los nuevos autobuses mantengan la esencia de los originales y sigan coloreando el paisaje urbano de Filipinas.
Los ‘jeepneys’ nacen del ingenio de los filipinos para aprovechar los vehículos militares que Estados Unidos dejó abandonados en las islas al final de la II Guerra Mundial. Los adaptaron para que funcionasen como pequeños autobuses, a los que se accede por la parte posterior, con dos bancos enormes a los lados para que la gente se siente cara a cara en el interior. Los trayectos son muy baratos (incluso para los locales): unos 8 pesos de media (0,14 euros).
La magia llega en la parte exterior. Todos y cada uno de los ‘jeepneys’ que recorren Manila, Cebú o Bohol están llenos de grafitis. Los hay con mensajes religiosos (Filipinas tiene uno de los porcentajes más altos de católicos del mundo), otros con dibujos animados o con grupos de música. Tampoco faltan los mensajes de amor o los recuerdos a los seres queridos. Al ser una antigua colonia española veremos muchas palabras que nos resultarán familiares.
Se cuidan las tipografías, se buscan los tonos más llamativos y hasta se compite por ser el más original. Los ‘jeepneys’ forman parte del paisaje de Filipinas y hacen que la experiencia para el turista sea única. Se estima que hay cerca de 300.000 recorriendo a diario sus calles y no nos podemos imaginar que eso cambie.
¿DÓNDE Y CÓMO ‘DISFRUTAR’ DE UNO DE ESTOS TRAYECTOS? 
En Filipinas nos encontramos con algunas de las ciudades más caóticas que recordamos. Manila es una auténtica locura, por lo que recomendamos que el paseo en ‘jeepney’ sea en otra urbe más pequeña, como puede ser Cebú City o Puerto Princesa, el punto de entrada a la turística isla de Palawan, donde se encuentra El Nido (demasiado saturado para nuestro gusto), el encantador Port Barton y la paradisiaca playa de Nacpan Beach.
También recurrimos a los ‘jeepneys’ para cruzar Bohol y disfrutar de sus Colinas de Chocolate, unas extrañas formaciones en forma de cono que salpican buena parte del paisaje de la isla. Justo aquí acabamos casi aplastados en el fondo de uno de estos vehículos, cargando en las piernas con la jaula de la mascota de una niña, entre las risas de los locales. Os sorprenderá ver la cantidad de gente que se puede meter en ese espacio tan pequeño.
Pero si nos tenemos que quedar con uno de los trayectos sería el que hicimos en la isla de Siquijor. Nos fascinaron esas carreteras solitarias rodeadas de palmeras que bordeaban toda la isla a escasos metros del mar. Un paisaje tropical hipnótico, en una calma que solo se veía alterada por el rugido de los viejos motores de los ‘jeepneys’.
Y tan importante como el ‘dónde’ es el ‘cómo’. Este transporte típico de Filipinas, en el que el turista siempre es bienvenido, tiene una serie de códigos que se deben conocer. En las paradas se respetan los turnos y la gente va accediendo y sentándose en los bancos en función de la distancia que vaya a recorrer. El dinero irá de mano en mano para pagar al conductor por la ‘ventana’ que conecta la cabina con el remolque y se le pedirá que pare golpeando una moneda contra la barra metálica en la que se sujetan quienes viajar de pie. Todo un ritual que hay que vivir al menos una vez cuando se viaja a Filipinas.
Ahora los ‘jeepneys’ van a tener que pasar por fuerza una campaña de renovación y muchos dueños no podrán costearla. La gente teme que este proceso acabe con parte de la historia del país, que las empresas privadas se hagan con el control del transporte público y suban los precios. De momento, los vehículos que tienen más de 15 años tienen prohibida la circulación.
“O modernizáis los ‘jeepneys’ o los convertiremos en chatarra”, amenazó el siempre polémico presidente filipino, Rodrigo Duterte, quien sostiene que estos vehículos “envenenan a la población”. El cambio parece inevitable. Solo esperamos que la renovación mantenga la esencia original y que los nuevos ‘jeepneys’ sigan llenando Filipinas de color y sonrisas.